La leyenda de su fundación es bastante conocida: Entre los siglos XVIII y IX, el arcángel San Miguel en persona le pidió a un monje llamado Aubert hasta en tres ocasiones que le edificara allí un oratorio. Pero antes de eso no había un monte pelado. En épocas de los celtas el mar estaba a más distancia y se dice que el montículo sobresalía sobre el bosque de Scissy. La existencia de dicho bosque es incierta, ya que no hay ninguna prueba, pero sí existía un gran megalito al que los galos rendían culto. Llamaban a este lugar "la tumba de Belenos", su dios del sol. Alrededor de éste, edificaron su propio cementerio. Más tarde, los romanos llegaron hasta aquí y lo llamaron Puerto Hércules. Construyeron caminos, pero el más próximo desapareció por el efecto de la subida de la marea. No hubo una ocupación más definitiva hasta el siglo IV, con la llegada del cristianismo, cuando se erigió a San Esteban un oratorio a medio monte y, más tarde, otro a San Sinforiano a los pies. Tras eso, el primero mentado, el de la leyenda del arcángel.
Es a partir del siglo XIII cuando se renueva el monasterio en estilo normando gracias al dinero proporcionado por Felipe II, cuando empieza a adquirir gran importancia.
Hasta aquí la lección de historia por hoy, que me siento como escribiendo un trabajo de clase. Centrándome en Casandra, en el libro el asunto de la tumba de Belenos me venía que ni pintado para poder usarlo de escenario. Es de esos lugares que no necesitas mucho para darle magia porque ya se presta solo para ello. Es también el capítulo más fantasma que he escrito (y eso que escribo sobre artefactos tecnológicamente avanzados en la mitología), pero pienso en escenas de cine, y no me digáis que no quedaría espectacular en una pantalla grande.
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