Finalmente
la corriente fue más fuerte que yo y salí volando hasta estamparme contra la
pared del fondo de la cueva. La linterna salió disparada y se apagó. Dani
consiguió dar dos pasos hacia delante, pero no tardó en ceder también. En el
exterior había empezado a llover con una furia inusitada. La figura de Leitzu
se hizo más pequeña conforme salía, y de repente el viento cesó.
—Hay
que ir tras ella —dijo Dani, poniéndose en pie a toda prisa. Pero entonces la
cueva empezó a temblar y un par de rocas cayeron delante de nuestro. Me encogí
en el suelo y Dani se lanzó sobre mí para protegerme con su cuerpo. En aquel
momento, la entrada se oscureció. Nos quedamos quietos, respirando
entrecortadamente hasta que todo cesó. Sentí como Dani se levantaba y sólo me
quedaba oscuridad y un frío húmedo.
—Un
corrimiento de tierras provocado por la lluvia —murmuró—. Parece que el
jodido tambor controla el tiempo.
—Sí, lo sé. Estaba presente —repliqué.
—Podrías
ser un poco más agradable conmigo. Soy la última persona que verás en tu vida
—gruñó.
—Lo siento –contesté, suspirando con pesar.